La llamarada al azar

noviembre 26, 2011 § Deja un comentario

Para esos ojos verdes como mares

Donde el azar es el llamado «señor llamarada»: Manolo Muñoz. A poco de darse a luz, Muñoz graba (en 1976) lo que será —al menos en México— su tema epónimo. De la autoría de colombiano universal Jorge Villamil, Manolo logra gracias a su flexible voz una «Llamarada» que da bienvenida correspondencia a aquellas «Espumas» (también de Villamil) de nuestro Solís. Aquí pues un paréntesis musical para aplaudir al buen Muñoz.

Heredero cabal de las glorias de Jalisco, Muñoz entiende que lo mejor es abrir camino a su manera pero a la altura: es el primer solista rocanrolero que graba en español a los nacientes clásicos del rock de los sesenta. Así, bien mirado, no desentona en nada al lado de Javier en —ya la platicamos aquí— la película Un callejón sin salida (1964), ahí, jovencísimo y a sus anchas, nos muestra de qué puede ir su arte.

Pasan años, más churros de películas y versiones en español de canciones en inglés, caravanas artísticas, venidas e idas, y llegan los 70 con contados intérpretes de la talla de la otrora pléyade. Manolo sigue ahí, en solitario pero acompañado ya de Guzmanes, Costas y Vázquez, compartiendo la lánguida escena musical. Ni el bolero o la ranchera tienen la fuerza de antes, y es la balada (y la fotogenia) lo que reina sin par. Surge la llamarada.

Con unos arreglos (de Moisés Ortega) que prescinden del original pasillo colombiano, es la voz de Muñoz lo que catapulta y enciende. (Todavía más, en el disco homónimo se hallan otras joyitas que sin duda hacen eco de la valía de la luz de Manolo.) La canción, cuenta su autor, nace tras la historia de amor de una pareja donde, recién casados, él —doce años mayor que ella— tiene un desliz con la hermana (de ella) y con todo siguen juntos, y no es sino años después que rompen y entonces Villamil escribe, en 1972, su espléndida «Llamarada».

La letra tiene, podemos decir, dos versiones, la colombiana y la mexicana. La primera, desde luego, es la del autor tal cual, hela aquí:

«Llamarada» (Jorge Villamil)
Necesito olvidar
para poder vivir,
no quisiera pensar
que todo lo perdí;
en una llamarada
se quemaron nuestras vidas,
quedando las pavesas
de aquél inmenso amor,
y si no he de llorar,
tampoco he de reír,
mejor guardo silencio
porque ha llegado el fin,
lo nuestro terminó
cuando acabó el amor,
como se va la tarde
al ir muriendo el sol.
Siempre recordaré
aquellos ojos verdes
que guardan el color
que los trigales tienen;
a veces yo quisiera
reír a carcajadas,
como la mascarada
porque ese es nuestro amor,
pero me voy de aquí,
te dejo mi canción;
amor, te vas de mí,
también me voy de ti,
lo nuestro terminó,
tal vez me extrañarás,
también yo soñaré
con esos ojos verdes como mares.

En la versión de Muñoz (la «mexicana»), amén del cambio del tempo, no se ha de morir y, el cambio mayor, se acaba la luz. Como fuere, ahí están los heptasílabos y, sobre todo, ese precioso endecasílabo final.

Como antes lo hiciera Javier, Manolo voltea a los maestros compositores y —ya se oye— en ese disco Llamarada (y la propia canción) interpreta con una apuesta (mejor no se puede hablar de ello, se sabe, con don Manolo) total a su voz. Conocedor del entonces juego, Muñoz pone su resto en la «Llamarada», y lo que sigue es historia: los 70 son de los baladistas y detrás de Muñoz, junto con José José, un grupo variopinto de cancioneros se darán a la tarea de, algunos, cantar.

Quizá podemos decir que esta es una de las canciones que sin problemas estaría en el cancionero javiersolista, no fue posible y está ahí presidiendo el recuerdo de Manolo Muñoz. Está muy bien, es la fecha que no encuentro mejor intéprete. Y es que, si bien no hace mucho Pepe Aguilar la grabó garbo con mariachi y Carlos Cuevas la canta regio, el sello de Manolo sigue siendo molde de esas y otras tantas versiones (aunque hasta eso no son muchas: no es cualquier canción para echársela al hombro).

De mariachi, por cierto, Aguilar no fue el primero: Muñoz, claro, lo hizo, y aquí un botón en vivo:

Y aquí la original del muy señor… «Llamarada»:

Play it, Solís, play!

julio 15, 2011 § 2 comentarios

Seguramente en lugar de bailar, Ilsa y Rick habrían estado como Emilio y Patricia: sentados en la barra del bar de algún cabaret citadino escuchando a Javier Solís con orquesta. Apagadas las luces, él con cigarrillo en mano y ella haciéndole compañía con una copa, Solís se acercaría a la pareja para subrayar alguna de las notas de Alberto Domínguez… y quizá Guillermo Cabrera Infante hubiera escrito algo más de su bolero preferido: «Perfidia».

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El cubano nos recuerda tal joya mexicana —«tropicalizada» cada vez más en sus variadas interpretaciones— en unas líneas de su Holy Smoke (1985). Ahí deja clara su predilección por «Perfidia», frente a la mítica «As time goes by» (Hupfield, 1931), y también, al fin nuestro Infante (pun intended), por la versión en español del oriundo de la Pérfida Albión, Sir Cliff Richard y su porfiria. Además de Casablanca (1942) la canción se escucha —nos cuenta Cabrera Infante— en Now, voyager (1942), The Conspirators (1944) y The mask of Dimitrios (1944); en ninguna tiene lugar privilegiado, pero ni falta que hace: «Perfidia» no puede pasar inadvertida y, así sean segundos en pantalla, de inmediato se reconoce su cuerpo —de mujer, claro— y se tararea o, mejor aún, como atinadamente se dice en inglés, hum (the song).

Pero Javier es Solís. Dos veces interpretó la canción (en película y en disco) y bien pudo ser la versión favorita de nuestro aludido escritor (quien, dicho por él mismo, de las canciones cubanas su favorita era esta mexicana). O quién sabe, pues Javier no optó por el tempo que suele procurarse en «Perfidia» (sobre todo cuando es instrumental), al contrario, fiel a su estilo, personificó e interpretó al amante incomprendido. Como otrora, i.e., poco más de 150 años antes, en la letra del aria para «Ah! Perfido» (1796) de Beethoven, Solís también primero arremete para después añorar todavía más a su amor . (Por supuesto, no me sorprendería que Domínguez se hubiera inspirado, por qué no, en el pérfido para su pérfida.)

La letra ha tenido, además de aquella enfermedad de Sir Richard, sus modificaciones (incluso en el par que Javier graba). No logro dar con la «original», así que tomo como base una grabación de Emilio Tuero (no el Emilio de arriba, claro) que dice así:

PERFIDIA (Alberto Domínguez, 1939)
Nadie comprende lo que sufro yo,
canto, pues ya no puedo sollozar;
solo temblando de ansiedad estoy,
todos me miran y se van…
Mujer, si puedes tú con Dios hablar,
pregúntale si yo alguna vez
te he dejado de adorar,
y al mar, espejo de mi corazón,
las veces que me ha visto llorar
la perfidia de tu amor.
Te he buscado dondequiera que yo voy
y no te puedo hallar,
qué me importan otros besos
si tus labios no me quieren ya besar,
y tú quién sabe por dónde andarás,
quién sabe qué aventura tendrás
que lejos estás de mí.

Solís prescinde de una conjunción y hace un par de bienvenidos ajustes. En la película Un callejón sin salida (Rafael Baledon, 1964) —de la que podemos prescindir hablar en detalle, con todo y Emilio Fernández (Emilio, claro), Sonia «la chamaca de oro» López (Sonia, claro), una guapa Evangelina Elizondo (Patricia) y un jovencísimo Manolo Muñoz cantando en español (versión de Rafael Hernández) el «Oh, Pretty Woman» (de Roy Orbison)— Javier hace esto:

Escuchamos que evita el hiato de «y al mar» y, lo mejor, cuestiona más bien los otros labios si la boca —de ella, se entiende— no lo quiere ya besar (cf. besos-labios-besar). En Nueva York, y de esto uno sí que no puede prescindir, Javier graba con los mismos arreglos (de Chuck Anderson) una versión de antología con solo una diferencia de la ofrecida en la película (donde, por cierto, es Rubén Fuentes el asesor musical): dice tanto en lugar de canto, que no está mal: después de todo la perfidia motiva así de tanto. Lo mejor, decía, es esta versión de «Perfidia»: muy cuidada, muy querida, que no queda sino escucharla ahora mismo…

… y volver a Cabrera Infante después de esta cortina de humo, pues la verdad es que yo sólo quería mostrar este trío de estampas (del Archivo Editorial Clío), y escuchar, naturalmente, a Solís. Puro Javier.

(cc) Ed. Clio

Es Solís y, reza el pie de foto (de la publicación El Señor de Sombras, Coria, Clío 1995), sus gustos sencillos: cenar un bizcocho con café y puro de sobremesa. Qué va, Cabrera Infante también hubiera escrito algo.

NB. El repertorio javiesolista incluye dos canciones más de Alberto Domínguez: «Eternamente» (en Enamorado de ti, 1961) y «Tormento» (en Un año más sin ti, 1964).

¡Quiero! (el Pirulí dixit)

mayo 29, 2011 § Deja un comentario

Dos años ha que invitamos a Víctor Yturbe «el Pirulí» para interpretarnos —versión estudio-campirana— un popurrí javiersolista. Recién, selectos lectores, el canal de youtube VictorYturbeTV nos pasa nota de su reciente video en la red: el Pirulí en vivo y a todo color interpretando a Solís. Ello como parte de aquél programa de televisión Un canto desde Guadalajara, aquí el video (que incluye la introducción-presentación del programa, y a un espontáneo durante el show):

a partir del minuto 1:46, el Pirulí canta: Llorarás, Esclavo y Amo, Entrega Total, Qué va y Sombras. Qué buen combo, ¡quiero!

Ahora sí podemos del todo dar cuenta de la gracia y sentido cantar del Pirulí. De los pocos —y acaso ya se dijo y se sabe— que dieron su lugar en todo momento a Solís, y al resto de la pléyade de intérpretes de rancheras y boleros. Yturbe fue —junto con José José— de aquellos primeros intérpretes que procuraron una transición a la balada sin olvidar la deuda con el bolero. Es decir, sabía cantar y, sobre todo, lo demostraba cuando había que «volver» a los clásicos, entonces aprovechaba para, sin menoscabo de éstos, refrescarlos y, a final de cuentas, brindar otra versión muy suya y muy a la altura. Se agradece y se aplaude. ¡Qué va!

*Aquí (de nuevo) la versión de estudio, tomada del cedé «Tríos y Rancheras, Vol. 2»:

Lo que fue no será

mayo 15, 2011 § 1 comentario

Si hay algo que los seguidores de Solís podemos envidiarle al llamado «Charro de Huentitán», es una sola cosa: la grabación del disco Toda una época (CBS, 1973). Mejor dicho, la selección de canciones (algunas más bien poesía) de toda esa época, una, por cierto, anterior a la de Javier, por lo que vale la acotación de ser acaso —salvando distancias— la segunda parte de aquél su maravilloso disco Añoranzas (1958) —que incluyó doce joyas ya consagradas de apenas, digamos, no más de una década de edad.

Toda una época, su repertorio, no le pide nada a cualquier otro disco del género (e incluso de otros). Por supuesto, la interpretación de Fernández es otro boleto y aquí no interesa ni vale la pena comentar. La valía del disco es, insisto, la propuesta del recuerdo y el reconocimiento de aquellas joyitas que, en comparación con las incluídas en Añoranzas, suelen pasar inadvertidas en la memoria musical de entonces y ahora.

De principio a fin —y pese a la voz— las letras de «Santa», «Redención» o «Frío en el alma», nos hablan de un tiempo en el que el compositor procuraba en gran medida la poesía (y no será sino hasta José Alfredo en que, a mis ojos, esto volverá a ocurrir); así, por ejemplo, con endecasílabos y alejandrinos, resuenan las notas —la música, claro, es cómplice cabal— que subrayan, atención, a un bolero ranchero.

Si Javier se encargó de consolidar y encumbrar al bolero ranchero, resultaba natural que entre sus trabajos se incluyera algo como Toda una época. Imaginar la voz de Solís recorriendo paso a paso, con desvelos y sacrificios, ese camino de plata, de la mano de una santa mesalina que se fuera y le dejara con frío, para luego escucharlo decir, «mis ojos me denuncian, déjame llorar», es apenas redención y, quizá, nos hace llorar y preguntar, por qué no, ¿a dónde irán?… No hubo tal. Si bien la dirección musical y guía profesional de Javier fue —reconozcamos— certera en manos de Felipe Valdés Leal, gran pendiente es este tipo de material en la garganta de Solís.

Es lugar común mencionar alguna canción compuesta tras la muerte de Solís y argüir que sólo porque no vive, ya estaría en el repertotio javierista. Todas las canciones de Toda un época estaban ya en el aire, y sin duda alguna su grabación hubiera sido uno de esos placeres muy à la Solís (cf. Valses con banda). No será, el agasajo se lo llevó otro y, lo dicho, es lo único que envidiar.

Esta es la lista de canciones (aquí en lista de reproducción de youtube y aquí en Spotify):

  1. A dónde irán las almas de Rodolfo Mendiolea
  2. Déjame llorar de Alfonso Esparza Oteo
  3. Desvelo de amor de Rafael Hernández
  4. Frío en el alma de Miguel Ángel Valladares
  5. Hilos de plata de Alberto Domínguez
  6. Me dices que te vas de Miguel Prado Paz
  7. Mis ojos me denuncian de Manuel Acuña
  8. No hagas llorar a esa mujer de Joaquín Pardavé
  9. Redención de Miguel Prado Paz
  10. Sacrificio de Chucho Monge
  11. Santa de Agustín Lara

Cada una merece algo más que un párrafo, tanto ellas como los compositores son finísima tela para cortar. Por el momento valga la liga a algunos de sus intérpretes (¿hace falta explicar el por qué evito al mentado «charro»?), y aquí mismo un par de ellas —las que me gustan más—, «Redención»

y «Sacrificio»:

Finalmente, y no menos importante, los arreglos musicales que contiene esta precisa selección son elemento clave que, además, refuerza el celo por tal grabación. El mariachi es en realidad lo que hace del disco un maravilloso eco de otros tiempos y otras voces (incluídas, sí, la de Javier Solís). A diferencia de Añoranzas, en el disco que nos ocupa ninguna de las canciones tenía algún antecedente de importancia con mariachi, esto es, si «Amorcito corazón» bien pudo ser piedra de toque de las añoranzas, con Toda una época se inauguró formalmente la etapa ranchera de este particular cancionero de oro… Lo que nos lleva de nuevo a Solís: ¿cuántas veces no fue sino él quien se encargara de ser el primero en vestir con bolero ranchero a tangos, valses, baladas y, por supuesto, boleros? Aquí su voz siempre se echará de menos. El disco está ahí, se puede escuchar una y otra vez (aguantando la desatinada voz incluso en un par de recitados), las letras perviven de la mano del mariachi, en él los tiempos son uno solo y, ¡qué va!, Javier sólo se oye muy a lo lejos… sin escucharle. Fue sin serlo.

Imposible

febrero 10, 2011 § Deja un comentario

Imaginemos la escena: una gran pista de por medio y ahí en el rincón, a medias luces rojas y violetas, un grupo de músicos ataviados con traje de manta. Son por supuesto Los Xochimilcas, todos ahí los conocen y aplauden, así que está por demás la descripción. Pero no están solos esta vez, es decir, además de Martín Armenta (trompeta), Antonio Caudillo (batería), César Sosa (acordeón) y Francisco Gómez (contrabajo), les acompaña un hombre que, como ellos, sabe de guasa y, sobre todo, de buena música. Él como ellos se ha dado a la tarea de agarrar bien y parejo y cantar por ejemplo —lo afirma sin reparos— hasta Violetas imperiales con mariachi, si así se le pide y requiere. Esta vez, decía, Los Xochimilcas están acompañados de Javier Solís.

El ejemplar grupo de músicos está por interpretar al respetable (putas, señores, señoritos, damas, padrotes, en fin, parroquianos) una pieza musical del mismísimo, así lo anuncian, Flaco de Oro: Imposible. El coqueteo, las miradas (lascivas y curiosas) y las pláticas cesan junto con el vaivén de meseros, y sólo aquellos de paso experto y seguro —claro, un bolero-danzón no cualquiera— buscan el centro de la pista para hacer del baile un cómplice de Lara. Todo cual perfecto preámbulo de la introducción musical que correrá a cargo de, en este orden, la batería, trompeta y un certero acordeón.

Martín Armenta traza lo que Solís, al micrófono, redondea desde el primer endecasílabo: «yo sé que es imposible que me quieras». Cada uno en lo suyo hacen de Imposible una posibilidad perfecta de escuchar la comunión de voces extraordinarias; de metales finísimos, tanto la garganta de Javier como la trompeta de Martín nos regalan una interpretación que viste, al talle y al centavo, la inspiración de Agustín. Por supuesto, Sosa y su acordeón no se quedán atrás, y junto con el tempo de Caudillo y de Gómez, se completa el cuadro. Una maravilla.

Las parejas, por su parte, dan cortos pincelazos que iluminan la atmósfera y así el resto, acaso nosotros los testigos, obtenemos lo mejor de ésta nuestra especial noche. Músicos y cantante han cumplido con creces y el público conocedor también. El aplauso es sentido y nutrido, habrá quizá —siempre lo hay— quien pida otra vez por la canción, ¿envenenando así su corazón? Qué se le va a hacer, los músicos saben que amores y desamores son el verdadero público y que a ellos se deben. Vendrá de nuevo el golpe inicial, el soplo, la nota, la voz… el aliento.

Los Xochimilcas…

[Imposible, Agustín Lara, en Fiesta para la momiza, 1971]

… y Javier Solís:

[Imposible, Agustín Lara, en Lara/Grever/Baena, 1962]

Brindis

A cinco años del primer post en la SOLISMANÍA, gracias mil por las visitas, lecturas y comentarios. A por más, que el javiersolismo nos espera y demanda, ¡qué va!

Actualización (2012)

Una estampa —muy bien pintada— a cargo de Natalia Lafourcade, ¡qué va!

[youtube http://youtu.be/NAgl-Vh0cNY]

La vigencia de Solís en Argentina

junio 25, 2010 § 1 comentario

Además del trío Los Patricios, Argentina nos ofrece —aún más— una razón para, con un pie en ella, poder escuchar a Javier. Es decir, que si Vd., selecto lector, piensa que Solís al Sur de nuestra América se acota a no más que, digamos, el Perú, estará en un craso error. Cuantimás si ello, amén de geografías, lo limita a tiempos. O sea, no ha lugar: Solís está más vigente que nunca y para muestra basta un reciente botón: la película Carancho (Pablo Trapero, 2010).

En una escena entre Ricardo Darín y Martina Gusman se puede escuchar «Nuestro Juramento» (de Benito de Jesús, incluída en el cedé Vida de Bohemio) en voz de Solís. Una sorpresa por demás agradable y bienvenida. Ver a Darín, actor hecho y derecho, a cuadro y escuchar a Solís es de esos placeres como pocos. Inesperado, sin duda, pero una vez que Darín y Gusman están ahí bailando (!) al ritmo del juramento es, permítaseme la expresión, cosa loca.

De principio a fin se nos deja escuchar a Javier y, de igual forma, la «consumación» del romance entre Sosa (Darín) y Luján (Gusman). Lo dicho: cosa loca. Darín es un actor que no le pide nada a nadie, verle juguetear al ritmo de Solís es, insisto, una estampa acaso irrepetible y no queda más que, al menos aquí en la SOLISMANÍA, subrayarlo. Sea pues, gracias a la magia de youtube, esto es de lo que hablo:

Es solo un previo (trailer) de la peli que incluye la escena referida, pero con, ¡qué va!, el juramento todo él de fondo.

En corto, si Vd. no sabe de Darín y su cine, ahora es cuando: por donde se le vea, y escuche, hay ganancia. Si no sabe de Solís… siempre y dondequiera hay tiempo.

Javier Solís: «Mamá y Papá»

junio 20, 2010 § 2 comentarios

No se diga más, valga esta escena de Solís en la película Rateros último modelo (1964) para rendir un homenaje a los padres. 

«Mamá y papá», de Luis Demetrio.

Ahí está pues, Javier, que de la noche a la mañana nos puede sorprender con una alegre y dicharachera canción. No fueron muchas, cierto, pero vaya que talento le sobraba para —acaso como Infante— hacer reír y bailar (v. gr., Guillermo Capetillo en tal escena) con sus interpretaciones.

Súbale, baílele y goze.

¡Qué va!

Javier Solís aplaude a la Selección

junio 3, 2010 § Deja un comentario

Para el anecdotario, Solís junto con Negrete aplauden a los futbolistas mexicanos desde las gradas del estadio. Ello a los 33 segundos del siguiente video de un comercial de la compañía AT&T. Sea pues.

Escenas irrepetibles (segunda entrega)

abril 15, 2010 § 3 comentarios

Hablar de Javier Solís en su faceta de actor es ejercicio que encuentro por demás estéril. Por supuesto, habrá quienes gusten de repasar su peculiar filmografía, e invertir en ella tiempo y esfuerzo. No es mi caso, aun mi limitado y rudimentario conocimiento del séptimo arte, tengo claro que la pantalla grande pudo —¿debió?— prescindir de los oficios de Javier. En corto, el cine puede vivir sin la presencia de Solís.

Dicho lo anterior, procedo a hablar de una escena que, esa sí, habrá que guardar y atesorar. Naturalmente es una donde Javier canta, y de qué manera y con quién. Un dueto con Marco Antonio Muñiz interpretando, cada uno en su «natural» registro, «Llegando a ti» de José Alfredo Jiménez. Ocurre en la película El Pecador (1964), dirigida por Rafael Baledón y con las actuaciones de, entre otros, Pina Pellicer, Arturo de Córdoba, Marga López, Kitty de Hoyos y Julissa.

De la película, esta vez echo mano de algunos apuntes vertidos en el libro Pina Pellicer: luz de tristeza (UNAM/UANL, 2006), de Reynol Pérez Vázquez y Ana Pellicer, donde se apunta que el filme «no hace justicia a sus protagonistas, logra, por otro lado, salvar a personajes secundarios como Sonia [Kitty de Hoyos], la joven amiga de Olga [Marga López], y a Víctor (Javier Solís), el chofer bonachón que se ha enamorado de ella (…)». Con respecto a Solís y su desempeño, la opinión experta acota que «Víctor es un hombre de origen humilde pero simpático y sincero, muy cercano a la personalidad de Javier Solís, así que éste lo interpreta de manera creíble y entrañable (…)»; es decir, y aquí se concluye, «sorprende (…) que Javier Solís brille en su ingenuidad y alcance una frescura ausente de sus películas (…)».

Un piano, una trajinera (en Xochimilco, naturalmente), dos muchachas y sus respectivos enamorados son elementos suficientes para hacer con la inspiración de José Alfredo un dúo que, a pesar de su imperfección técnica (i.e., arreglos y edición), resulta inolvidable. Amén de irrepetible, al menos para los archivos, pues si bien Muñiz y Solís coincidieron en escenarios varios (v.gr., el Teatro Blanquita), esta escena resulta ser la única donde sus señoras voces coinciden.

Volviendo rápidamente al citado libro, de Muñiz se dice (con inteligente ironía) que «Bruno [su personaje] canta muy bien como novio de Irma en la película» y es su actuación, a final de cuentas, «comparsa casi inútil». Pues ya se ve que el casi es más que acertado: Marco Antonio abre y cierra tal dueto de manera impecable. No se le reprocha y, al contrario, se le agradece la comparsa. Si hubo alguien que logró entender en su momento (aunque después se le olvidó) la presencia de Javier, fue Marco Antonio.

Si bien dos años menor que Javier, Muñiz le llevaba ventaja como cantante profesional (primero con Los Tres Ases y después en solitario) y acaso por eso sabía muy bien el valor y peso de la voz de Javier (y quizá por ello, ojo, en el dueto no llegan a unir voces). En esa escena hay en todo momento un trabajo vocal que, al ser parte de una película mediocre, poco o nada se le presta atención. Esto es, no se le escucha con detenimiento; tan así que, por ejemplo, se afirma en el mencionado libro: «El filme falla un tanto por algunas de las canciones (…) que quiebran el ritmo (…). Le imprimen lentitud».

Razón llevan los cinéfilos en dejar de lado la película y catalogarla como una, dicen, curiosidad. Los melómanos no nos podemos permitir ello: estas escenas son, sépanlo, de antología. Quebrarán y lentificarán narraciones, ya disculparán, pero sin duda alguna enriquecen ese nuestro maravilloso universo musical.

Escenas irrepetibles (primera entrega)

abril 13, 2010 § 3 comentarios

En la filmografía de Javier Solís es 1964 el año que registra su mayor número de películas filmadas (10); dos de ellas son, me parece, por demás especiales y particulares. Todavía más, dos escenas son sencillamente irrepetibles e inolvidables.

La primera escena a tratar es parte de la película Aventura al centro de la Tierra (Crevenna, 1964) donde Solís personifica a Manuel Ríos, un periodista. Del filme, citaré parte de la reseña de José Luis Ortega Torres (en revistacinefagia.com): «[…] película donde un grupo heterogéneo de científicos e intelectuales pasean por remotos lugares en busca de aventuras y monstruos antediluvianos. Sólo que aquí el ecléctico conjunto esta compuesto por las bellas Kitty de Hoyos y Columba Domínguez; y las bestias David Reynoso y Javier Solís, entre otros, bajo el mando del siempre entrañable José Elías Moreno como el líder de la expedición, y el remoto lugar en cuestión, no es otro más que las grutas de Cacahuamilpa».

Ahí el primer ingrediente de esta nuestra escena: las grutas de Cacahuamilpa. Es decir, un escenario natural que ha sido aprovechado tanto para películas (v.gr., Macario) como para conciertos (v.gr., los de la Orquesta Filarmónica de Acapulco).

Volviendo a la citada reseña, se apunta también que, «Y a propósito, si tenemos en el cast de culto y cobarde escritor-periodista ni más ni menos que Javier Solís, pues entonces hay que aprovecharlo para que entone a capela el célebre bolero ranchero “Perdóname mi vida”, mientras su amada Columba Domínguez da muestras de ser ambiciosa y coscolina haciéndole ojitos al machote cazador David Reynoso».

Aquí pues el segundo ingrediente, el «Perdóname, mi vida» de Gabriel Ruiz Galindo y José Antonio Zorrilla Martínez (incluído, con mariachi, en el disco Sin mañana ni ayer).

Terminamos con más de la película volviendo a citar a Ortega Torres: «Psicotronías que en conjunto convierten a esta película en un objeto de culto en el extranjero, editado recientemente en DVD en los Estados Unidos y denostado por siempre en nuestro país gracias a las “cultas” opiniones de gente que como García Riera [Emilio G. R., historiador y crítico de cine] no hacían más que evidenciar su soberbia y disfrazarlas de exquisitez europeizada ¡puaj!».

Así las cosas, esto no es un disfrazado halago a la película en cuestión (ni un descarado copiar y pegar de textos), es sencillamente un recordatorio de aquella escena con ambos ingredientes que, junto con Solís, no tiene parangón alguno (ni siquiera con un Pat Boone cantando al piano»My Love is Like a Red, Red Rose» en la película Journey to the Center of the Earth [1959], o con una presentación para TV de un disco de Andrea Bocelli [Luz Elena González incluída]). Las grutas y el bolero coinciden, por primera ocasión y sin cabal réplica hasta ahora, en una voz que logra llenar armoniosamente, sin artificio alguno, el espacio.

En otras palabras, sin querer se nos dejó una alegoría: en el centro de la Tierra la única música posible es la voz de Javier Solís. ¡Qué va!

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