Modisto de canciones

abril 22, 2010 § 3 comentarios

Siempre será poco lo que se pueda hablar de Álvaro Carrillo Alarcón (1919-1969). Sencillamente es un monstruo de compositor. Un ingeniero agrónomo que con precisión supo labrar esa tierra fértil de la trova, dejando una cosecha irrepetible de boleros y otros estilos musicales. Su hasta ahora mejor intérprete es, grosso modo, Pepe Jara, quien, por cierto, transcribe (en sus memorias El Andariego) la respuesta de Carrillo a la pregunta (de Paco Malgesto), ¿cómo hace sus canciones?:

«Yo hago mis canciones como muñecas: desnudas. Y luego son los intérpretes quienes me las visten. Algunos de seda, de lino, de terciopelo y, otros, de manta pero muy bien cortada [aquí señala a Jara]».

Más razón no puede llevar don Álvaro. Ahora bien, para tales muñecas hay tanto sastres como modistos y de estos los hay, como en todo, de calibres varios. Javier es un modisto, uno que sólo tuvo cinco ocasiones para vestir las creaciones del oaxaqueño, a saber [en orden de composición]: «Amor mío» [1956], «Sabrá Dios» [1957], «Luz de luna» [1959], «Sabor a mí [1959] y «Se te olvida» [1965].

Un sencillo y selecto grupo de supermodelos que Javier, a cada una, les brindó su alta costura. Los zurcidos y cortes, amén de a la medida perfecta, resultaron de envidiable manufactura. Señor de sombras, luces y pasarelas, dotó a las muñecas —de porcelana acaso— de un ropaje exclusivo, no de marca sino de diseñador, es decir, de los que sólo en los grandes desfiles se consiguen admirar y que el resto (de modistos, sastres, imitadores, etc.) se ocuparán de, al fin México, maquilar.

La tela de Javier era una que en sus primeros años (i.e., cuando sonaba a Infante) perfeccionó a base de mucho estira y afloja. De ello uno da cuenta al escuchar y comparar entre sí a este quinteto de muñecas. «Sabrá Dios» —donde remates de estrofas y acompañamiento de orquesta recuerdan mucho a Pedro— es la primera que Solís viste. Después, ya con mariachi, le mete más hombro y cuerpo, y «Amor mío»  (la consentida de Carrillo) se beneficia en mayor medida de la voz que estaba a punto de terminar de templar. Así, «Sabor a mí» y «Se te olvida» son ya un par de, tal cual, creaciones javieristas.

Solís finaliza con —mi favorita— «Luz de luna» (que no un bolero, más bien un bambuco, y aquí la versión del compositor), incluída en un muy cuidado Y todavía te quiero (1966). Esta es la última oportunidad de Javier de vestir a una de las Carrillo.  Solís aprovecha al máximo y corona esa su particular y reducida colección de gemas del entrañable Negro.

No conforme con lograr su mejor interpretación de Carrillo, Javier dejó un vestido incomparable por donde se le mire. Es más, no es sino a dos voces (i.e., con dos tipos de telas) que sus contemporáneos (y competencia), Miguel Acéves Mejía y Marco Antonio Muñiz, apenas y logran una versión más o menos a la altura (ello sin tomar en cuenta el yerro de sustituir los atinados garfios por unos rupestres lazos, que Miguel repite en solitario) de la de Javier.

 Además de su tela, Javier brinda su trazo.
Así como se acotó que la manta de Jara era una muy bien cortada, uno observa —escucha— con Javier la más bella confección que luz y luna pudieran tener.
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