Tres para un 43 (entrega última de tres)

abril 19, 2009 § 2 comentarios

Llegamos al final de este recorrido. Hoy hace 43 años Javier Solís cesó de cantar de viva voz, dejando entonces toda una herencia musical que no para de dar frutos varios. Uno de ellos fue, en concreto, la producción que ahora proponemos como una tercer manera de conmemorar este aniversario luctuoso. Cierra esta serie el llamado «lujo de México», Marco Antonio Muñíz (Jalisco, México, 1933) y aquella su producción, a sus 60 años, Un marco para dos Ídolos: Pedro Infante y Javier Solís (1993).

Aquí, acotemos de inmediato, no hay falla alguna en dirección o arreglos musicales: Ruben Fuentes y Pedro Rivera Toledo llevan las riendas con garantía y el respaldo de su trayectoria profesional, logrando así un impecable trabajo. Marco Antonio se desenvuelve entonces en sus terrenos y a sus anchas, sin mariachi de por medio y con una orquesta que le sigue y acompaña sin pero alguno. El piano, valga decir, es simplemente delicioso a lo largo de todo el disco. O sea, que así seas una leyenda viva, reinterpretar a ese par de monstruos de la música requiere, ya puestos a jugar con las palabras, un marco digno para el marco de esos nuestro queridos ídolos (cuantimás si se les quiere recordar a la par).

Ahora bien, antes de seguir, y tomando ese asunto del recuerdo conjunto, me aprovecho de aquello que dije anteriormente (cuando anuncié la búsqueda de este material en julio 2007): «se puede pensar inclusive que tal disco-homenaje incluyó a Pedro para, como se dice, destantear y no hacer tan obvio el merecido tributo a Javier y así saldar deudas pendientes, pues Solís, sus interpretaciones, quedan más cerca del estilo musical de Marco, y no así las canciones de Pedro». Como fuere, Marco Antonio es si no un ídolo, sí una leyenda del romanticismo musical y la bohemia; se guste o no de su estilo, su voz tiene un lugar único y por ello ha podido navegar en varias aguas, por bastante tiempo, aplaudido y querido por la gente, tanto en su tierra natal como allende las fronteras. También, debe reconocerse, en sus trabajos hay siempre un esmero por ofrecer arreglos musicales de valiosa manufactura: este disco, lo dicho, no es la excepción. No obstante, se tiene que reconocer, Muñíz en tales fechas de grabación está ya en el otoño de su carrera y ello es factor de peso en las interpretaciones de los clásicos contenidos en este material referido. Entremos ya en materia.

Seis temas (de 15) son los que le tocan a Javier —es decir, que Infante, al menos en número, se impone con un tema más (no, avezados lectores, no es que me fallen las cuentas, resulta que dos canciones ni Pedro ni Javier las cantaron en su momento: Enamorado perdido y el pasillo ecuatoriano Sombras de Rosario Sansores Pren y CarlosBrito Benavides)— en este, según la contraportada del disco, «recuerdo»: Sombras (exacto, las de Contursi y Lomuto), Cenizas, La corriente, Llorarás, Esclavo y amo y Ojitos traidores. Aquí valga un paréntesis para recordarles, selectos lectores, que Muñíz cantó en su momento con Javier Solís, al menos en algunos mano a mano y, en particular, en esa película El Pecador (1964) en una escena donde interpretan, sin hacer dueto, Poco a poco (de José Alfredo), cada uno con su particular acompañamiento (ya les digo, sin hacer precisamente un dueto).

Con un inesperado pero intuitivo popurrí de Sombras, Marco Antonio inicia su recuerdo de Solís; peca de estilo y, como decimos en México, le termina echando mucha crema a sus tacos y no resuelve bien aquella primera incursión. Es decir, que toma más bien el perfil tanguero (el original de la canción, sí, pero no por ello mejor ni mucho menos el deseado en este disco) de las Sombras «javieristas» y uno termina por aplaudir y pedir más de aquellas Sombras «ecuatorianas». Viene entonces otro popurrí, correspondiente ahora a Pedro, y se llega a una cadenciosa y bien llevada Cenizas. Fuera de una faltante dosis de mayor sentimiento, con ella no hay inconvenientes. Otro popurrí más para Pedro y ahora, a la mitad del disco, navega uno ya en La corriente. Una vez más el arreglo musical corresponde del todo al espíritu Solís; poco a poco esa corriente nos arrastra pero sin ahogarnos, al contrario, gozamos del aire de la voz cantante y de unos muy bienvenidos coros. Estos también se escuchan en la subsecuente Llorarás, sin embargo, aquí no tienen adecuado lugar y contribuyen así a una versión sin los requeridos acentos y matices (evidentes sobre todo en ese aburrido final). Más coros (ya de estilo orquesta-para-toda-ocasión) en la siguiente canción, y entonces los metales soplan para recibir un Esclavo y amo que, a saber por qué, es llevado, literalmente, cual toro en plaza. Es decir, que a menos que se tome como introducción para la parte final correspondiente a Javier, i.e., Ojitos traidores, no me queda claro el por qué Marco Antonio pretende cobijar a ese emblemático Esclavo y amo con un, digamos, capote taurino españolado. No ha lugar. Cerramos entonces con una versión de Ojitos traidores que, esa sí, guarda gitana distancia con la de Solís aunque finalmente no logra realmente sonar genuinamente a Marco Antonio: se queda a la mitad. Muñíz no alcanza a empatar la festividad de la música y su voz resulta opacada (bien le viene así ese descanso y broche final del suave Nocturnal); la serrana se le escapa.

En síntesis, Muñíz dejó pasar valiosos años para ponerle un mejor marco a Infante y Solís; eso sí, aquél sale mejor librado que éste. Afortunados los admiradores de Pedro pues de ellos es la mejor parte de este homenaje: los seguidores de Javier nos quedamos con las ganas de escuchar a ese Marco Antonio que, precisamente con genuino esfuerzo y total entrega, abría aquella arriba mencionada escena de película, sentado al piano, con una voz totalmente en comunión con Solís pero sin perder su propio estilo (y armonía con el piano). Éso es lo que se extraña aquí en este disco… y en otros que buscan recordar a Javier sin verdaderamente conocerle. Marco Antonio, se sabe, conoció muy bien el trabajo de Solís: le faltó entonces un mejor reconocimiento.

Sea pues, esto fue nuestra manera de conmemorar a Javier. Sí, con voces de tres artistas que intentaron cantar aquello que por Solís tan especialmente se escuchó. No lo hicieron mal, qué va, ejemplos hay donde apenas y logran, literalmente, dar la nota (por cierto, el señor Montero ya amenazó con otro disco basado en temas del repertorio de Javier), pero tampoco nos ofrecieron, como se esperaba dada la trayectoria de cada uno, cabales y redondas reinterpretaciones (adaptaciones) hechas con sus particulares voces y estilo. De una escala del 1 al 10 los tres discos promedian un generoso 8 (ayudados sobre todo y más bien por esos arreglos musicales de este último disco). Se puede decir justamente que estamos siendo muy exigentes, pero no es para menos: año tras año a Javier se le extraña más y lo mínimo que se puede hacer para compensar ello es tener, además de su música, producciones que, utilizando aquella, respeten no sólo al artista sino también al público. Eso es finalmente la buena música. Eso finalmente hizo y nos dejó Javier. Eso, en un día como hoy, es exigido. Todo ello, en resumen, a 43 años, cual solaz se hace patente.

Javier Solís: ¡Qué va!

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Tres para un 43 (entrega segunda)

abril 18, 2009 § Deja un comentario

Continuamos con esta nuestra particular conmemoración del 43 aniversario luctuoso con un segundo disco en el que ahora todo él está inspirado por el recuerdo de Javier. Vamos hacia atrás en el tiempo y llegamos a un particular disco de una intérprete, esto es coincidencia, contemporánea de Amanda y, también como ella (aunque sin adoptar la nacionalidad), con una carrera artística desarrollada principalmente en México. Toca el turno pues a, lo dijo Armando Manzanero, «la mujer que nació para cantar», Manoella Torres (Nueva York, 1954) y su De la tierra… Javier Solís, al cielo (2002).

La carrera artística de Manoella tiene acaso paralelismos con los de Javier: cuidada más bien por su abuela (y no por los padres), echada a andar profesionalmente con la ayuda de uno de Los Panchos (Alfredo Gil), prolífica en sus grabaciones, requerida como actriz y, en su verdadero oficio, intérprete de una pléyade de compositores. Así, con una trayectoria afianzada sobre todo en la segunda mitad de los 70s y primera de los 80s, la mujer que nació para cantar graba este material ya en plena madurez. Ahora bien, con el antecedente de, por un lado, sus grandes y merecidos éxitos con baladas como «Acaríciame» o «A la que vive contigo» y su cabal entendimiento del bolero (desde niña es ya una fanática de los boleros), y, por otro lado, sus grabaciones con mariachi, las expectativas son altas.

Abre entonces sus 14 interpretaciones con un «Esclavo y amo», y así de ese calibre javierista es toda la selección, es decir, Manoella tiró alto; despliega su arsenal pero éste se ve limitado por un acompañamiento musical que, en general, no cumple con la tarea. Son sólo algunos temas donde la voz de Manoella tiene el marco musical adecuado. En este sentido, más hubiera valido prescindir del mariachi y hacerlo todo de un modo, se me ocurre, más bien basado en, por ejemplo, guitarra y piano. Claro, ello quizá hubiera dejado fuera a algunos temas y requerido otros: pero al menos así se hubiera asegurado que el disco quedara a la altura de las circunstancias. Y es que, ya se ve, el repertorio de Solís no es cualquier cosa: tiene su arte. Ahora bien, también debe reconocerse que por momentos es la propia Manoella quien se contiene, faltándole esa fuerza y bravura que, en estos tiempos, otras intérpretes creen tener y lo sacan a la menor provocación (o bien, por pura pretensión y pose). Con todo, la voz de Torres sigue siendo de buen calibre.

Tomemos pues aquellos particulares temas donde efectivamente tierra y cielo parecen ser dos en uno; donde Manoella logra que su particular estilo vaya y venga de la mano de la música y letra, y nosotros, dicho sea, terminamos rendidos a ella como otrora en sus más sensuales años. Es decir, que obviaremos a ese, literalmente, primerizo «Esclavo y amo», un muy plano «Y…», el intento de «Si Dios me quita la vida» (a pesar de los destellos de una guitarra), y un fingido (palmeo incluído) «Adelante». Sobresalen así «En mi viejo San Juan», donde la sentida (y esperada) interpretación de la boricua Manoella fue acaso respaldada por una posible nostalgia (no así por, insisto, el arreglo musical); la sencilla pero suficiente «He sabido que te amaba»; una muy acertada «Me recordarás»; la original «Moliendo café», mi favorita sin duda por sobre todo ese, paradójicamente, acompañamiento musical que, ahora sí, reviste y le da una nueva cara a este clásico javierista-caribeño dotándolo de un perfil lounge; un acertado y a la medida «Échame a mí la culpa» (con todo y su insípido final); la apenas justa «Una limosna»; el «¡Qué va!» rescatado en sus últimos segundos; un «Sombras» donde la voz es protagonista sin duda y el carisma de Torres sobresale claramente; las «Cenizas» y su lograda atmósfera intimista; y, finalmente, el «Se te olvida», que si bien no fue broche de oro, sí uno de bronce.

Entonces, si bien parece ser que diez de 14 es un buen síntoma para una calificación positiva y alentadora, el resultado y balance final no corresponde del todo a la parte cuantitativa. La calidad del disco se restringe a un bronce, es decir, que de hecho esos 10 mejores temas no guardan entre ellos una homogeneidad y hacen extrañar a aquél sonido que Manoella nos supiera regalar en el pasado y, por supuesto, a aquello que Javier cultivó y legó. No hay del todo innovación y frescura. Si, así las cosas, se tuviera a lo largo de todo el disco aquella propuesta musical de «Moliendo café», la carga pasional de «Sombras» y el aire logrado en «Cenizas», entonces sí lo de Manoella hubiera sido un camino recto que no nos motivara a salirnos de él, y estar con ella de principio a fin en este su encuentro con Solís.

Queda pues este disco como una producción a la que le hizo falta una mejor dirección artística. Sin duda alguna Manoella entiende lo que Javier es e implica en el tipo de música que ella interpreta, no debe ser entonces difícil que nos brinde mejores faenas, sin embargo, lo dicho, Solís exige, y hacer ese recorrido de la tierra al cielo es algo que requiere algo más que bonita voz, ganas y buenas intenciones. A un año más del aniversario luctuoso y en espera de, seguramente, todavía más discos recordando a Javier, ojalá que voces, ganas e intenciones, correspondan de mucho mejor manera a lo verdaderamente valioso y esperado: cantar con propia voz y estilo lo que por voz de Javier bellamente surgió. Ni más, ni menos.

Por aquí nos vemos y leemos. Mañana la tercera y última entrega. ¡Qué va!

Tres para un 43 (entrega primera)

abril 17, 2009 § Deja un comentario

A tres días de conmemorar el 43º aniversario de la muerte de Javier Solís, aquí unas líneas sobre tres artistas que se dieron a la tarea de regrabar algunos temas de Javier en sus respectivos discos. Es decir, que al parecer este año habrá un cedé con material, quiero pensar, «especial y original» de Solís; así las cosas, no está de más entonces traer a colación otros materiales discográficos que, así nos han dicho, han rendido homenaje a Javier y su voz. Tomo entonces tres en particular; en esta primera entrega: Amanda Miguel (Argentina, 1956) y su más reciente material Anillo de Compromiso (2008).

Amanda es una cantante ya hecha y derecha, baladista que supo posicionarse, gracias a su estilo y voz, en un lugar especial dentro de la escena musical, sobre todo, mexicana. Sin duda alguna posee una voz que aún mantiene la originalidad que en sus inicios (los 80s) trajo a las baladas (v.gr., Así no te amaré jamás). Resulta pues natural que aquella de Él me mintió tomara algunos clásicos de Solís y los cantara a su manera. Este es el resultado: tres temas incluídos en su más reciente producción. ¿Pudo pues Amanda lograr descargar toda su característica energía y desgarradora voz en tales canciones?

Antes, valga mencionar como antecedente a esta tarea (i.e., interpretar balada ranchera) a su disco Rompecorazones (1992) donde demuestra con temas como La Escalera, literalmente, la buena altura de su voz para ése tan especial género musical. Ahora, con la dirección de Jorge Avendaño, graba lo que ella misma llama su particular homenaje a la patria adoptiva, México. A diferencia de aquel primer material ranchero, esta vez el disco cubre no solo los boleros-rancheros sino también los boleros y algunas baladas, por lo que el mariachi se ve también acompañado de la orquesta. El resultado en general es positivo y ciertamente hay todavía un muy buen estilo y voz de Amanda Miguel.

Pero entonces, decía pues, que en sí son solo tres temas javieristas los que Amanda reinterpreta en este su homenaje a México (nótese pues el lugar que se le da a Javier: es de aplaudirse). Esclavo y amo, Sombras y Si Dios me quita la vida son los temas en cuestión. El primer tema (que es el número tres en el disco), es apenas una merecida introducción a esto que podemos llamar Solís à la Miguel; es decir, que solo en algunas partes Amanda logra imponer su estilo y sonar así a ella misma y no a una, digamos, cantante más de karaoke. La canción le termina quedando grande. Cinco temas más en el disco y llegamos a la mítica Sombras. Podía esperarse que aquí, ya habiendo preparado al oyente con los temas anteriores, Amanda explotara del todo… No lo hace. De nueva cuenta se queda en la media e incluso esta vez el acompañamiento musical ayuda todavía menos pues, ese sí del todo, suena tal cual a karaoke. La dejó ir, pues, la señora Miguel.

Viene la última. Aquí se ayuda en mucho de que fuera precedida por una insulsa (incluso en su título: Algo tonto) adaptación al español de Something stupid (cierto: ¿dónde quedó el homenaje a México?… en fin), esto es, que lo que siguiera a ese dueto con Verdaguer sería por mucho agradecido. Y sí, además de esas razones, Amanda saca adelante Si Dios me quita la vida y logra, ahora sí, dotarla de su ropaje (cabellera incluída). Es aquí donde mejor se puede apreciar, por un lado, la herencia de Javier (i.e., ese toque de elegancia y sensualidad) y, por otro, la voz e interpretación característica de Amanda. Sobre todo en la última parte de la canción, v.gr, «sería tan grande mi celo que en el mismo cielo me vuelvo a morir», donde ese su grande celo nos transporta a aquellos temas ya clásicos de Amanda, i.e., los de su propio repertorio, y es entonces cuando, cabalmente, se le aplaude: entendió la herencia de Javier y la logró hacer propia. En resumen, sin embargo, Amanda Miguel nos queda finalmente debiendo en esas tres interpretaciones. Su energía y voz no son desafortunadamente los protagonistas en estas queridas canciones como en el resto del material donde sí que se puede escuchar mejor lo que Amanda aún sabe hacer.

Así las cosas, queda aquí esta nuestra primer lectura de estas tres propuestas para recordar la ida de Javier, y con ello dar cuenta de la venida de este nuestro tiempo en el que sin él en los escenarios y estudios de grabación, la escena artística sigue de muchas maneras (y con distintas calidades) ligada a lo que Solís cantó, logró y encumbró.

Por aquí nos vemos y leemos. Mañana la segunda entrega. ¡Qué va!

PS. Sí, la joven cantante Ana Victoria es hija de Amanda Miguel y, genética al fin, tiene un estilo de voz sumamente parecido al de su madre, pero ya hecho a los tiempos de ahora. Acaso, valga decir, valdría la pena escucharla cantar algún bolero ranchero.

Seduce Solís

febrero 19, 2008 § Deja un comentario

Pues bien, selectos lectores, justo me parece que reflexionemos sobre un asunto de capital importancia: ¿Qué diablos hizo Javier que logró volcar a miles de almas en pos de su voz? (Digo almas y con ello también voces de otros tantos que han vivido en el ingenuo esfuerzo de, dejemos el superar, simplemente alcanzar la altura de Javier.) La respuesta es sencilla, pues si Pedro coqueteaba y Jorge posaba, Javier seducía. Seduce, Solís.

Solís obligó —sedujo— al bolero acostarse con las rancheras. Y no conforme, cogió al tango y lo llevó también al lecho. Todavía más, con su voz se metió hasta entre las faldas de una orquesta o de una banda. ¿Crossover? ¡Qué va! Menesteres más bien de una voz que de tan grande acaba por meterse bajo las sábanas de esos géneros que esperan tan solo la primera oportunidad para entrelazarse y fundirse a besos y dentelladas. Cual amantes.

Así se apersona Javier, así le hace el amor a un bolero, a una ranchera, a un tango. Con su voz. Así también nosotros, selectos lectores: queremos seducir o ser seducidos. Sin coqueteos. Sin poses. Por eso escuchamos a Javier, por eso le seguimos. Es cual faro de nuestras pasiones, de nuestros instintos. Su voz es luz que apenas ilumina cuando, ya entre sombras, nos disponemos a sentir lo más, el todo, lo único… Y ahí, seguirá escuchándose Solís: Seductio ad infinitum.

Por aquí nos vemos y leemos; ¡qué va!

PS. ¿Qué tal les fue de San Valentín?

Canción de la Semana 27

enero 21, 2007 § 2 comentarios

Y no es precisamente que ésta sea la semana número 27 (del año o del blog), es sólo que es la vigésima séptima vez que la SOLISMANIA presenta su selección musical-semanal. También, como se hace con cada canción y parte fundamental de este blog, están disponibles (en los archivos mensuales) las respectivas notas (posts) dedicadas a tales selecciones semanales.

La canción que ahora nos ocupa es recomendación de la amable lectora Liliana, quien según nos cuenta es su favorita de favoritas. Hace bien, que ni qué, muy buena esta rola y hela aquí para el resto de lectores sabedores de lo bueno y exquisito de la vida: Dos almas.

El autor es Domingo Fabiano, mejor conocido como Don Fabián, compositor y músico argentino cordobés que enriqueció al bolero desde queridas tierras tangueras. Dos almas fue grabado por primera vez por Gregorio Barrios (cantante español que vio sus mejores años en la Argentina de los cuarentas y cincuentas); después fue ya un clásico que Javier Solís grabó y está incluído en su disco Añoranzas. Ahora bien, del por qué la inclusión de tal tema en tal disco (covers à la Solís, si me permiten la expresión), me atrevo a pensar que se debe más bien al éxito que tuvo (la canción) con la Sonora Matancera y Leo Marini (como vocalista) en tierras caribeñas y mexicanas. Aquí la letra:

Dos almas (Autor: Don Fabián)
Dos almas que en el mundo
había unido Dios;
dos almas que se amaban,
eso éramos tú y yo

Por la sangrante herida
de nuestro inmenso amor
gozábamos la vida
como jamás se vio

Un día en el camino que cruzaron nuestras almas,
surgió una sombra de odio que nos separó a los dos,
y desde aquel instante mejor sería morir
ni cerca ni distante podremos ya vivir

No sé ustedes, selectos lectores, pero esta vez, al escuchar la versión de Solís, sí noté un dejo de Pedro Infante… Vale, se aceptan mentadas y golpes varios (que no bajos), pero, como diría Cuco, así me suena. De hecho, al parecer Pedro ni siquiera grabó tal canción, ¿o sí? Creo que no, pero no sé por qué exótica razón me recordó a Pedro esta versión de “Dos almas” de Javier. Ahora bien, les digo que me recordó a Pedro, nada más, pues tampoco quiero que se entienda que prefiero a la versión de Pedro o algo así. Es sólo eso, que Infante me vinó a la mente cuando escuché la canción (para esta su evaluación semanal). Quizá sea que en el disco, “Dos almas” se ubica después de “Angelitos negros”. Quizá, quizá. Eso sí, de que es magistral la interpretación, lo es, sin duda alguna. Y si quedara duda de ello, después de “Dos almas”, en el disco le sigue “Hoja seca”, rolón que en las primeras líneas y entrando a la taberna, Javier deja claro quién es alma y corazón del bolero ranchero. Sí que sí.

Por aquí nos vemos y leemos, ¡qué va!

NB. Recuerden que SOLISMANÍA es mucho por y para ustedes, así que no dejen de sugerir canciones para el deleite de todos. Gracias, Liliana.

¡Gocemos nuestra vida! (CS26)

octubre 8, 2006 § 1 comentario

¡Por fin! Gran pendiente en este blog. Y sí, todo sea por complacer a ustedes, selectos lectores, que me hacen el favor de visitar este humilde rincón. El buen lector Ismael Aguirre desde hace tiempo está solicitando esta joyita de canción: “Gocemos nuestra vida”, de Miguel Martínez.

Aquí la rola, ¡disfrútenla!:

Aquí la letra:

Gocemos nuestra vida (Autor: Miguel Martínez)
No quiero que te vayas todavía
espera que amanezca vida mía;
No sé hasta cuándo vuelvan
mis brazos a estrecharte,
mis labios a besarte con loca pasión.

*Recuesta tu cabeza aquí en mi pecho
y quédate dormida corazón.
Gocemos nuestra vida y el mundo que se acabe,
abrázame muy fuerte te ruego por favor.

[*Se repite]

No sé los antecedentes de la canción en sí. Tampoco tengo datos del autor. Sin embargo, bien podemos imaginar la escena, el escenario, de la canción. Algo quizá muy común pero que en lo bajo se suele hablar, aunque se disfrute en lo alto de nuestras emociones. Ahí están, dos amantes, dos personas piel a piel en total desnudez y enredados con abrazos, besos y caricias. El mañana es una promesa y es sólo en ese momento cuando la certeza es total y se saben queridos y amados. Entrega total. Total pasión. Un momento cuando efectivamente el Mundo no importa y su giro mucho menos. Sólo importa la vida y su gozo. El goce es lo único que cabe entre los pequeños espacios que los cuerpos dejan entre sí. Es tan fuerte el abrazo. Se acurrucan, se mecen. Gozan. ¡Qué más da la vida de cada uno! Lo que importa es la vida de ambos juntos, esa vida común que ambos tienen cuando fundidos están. Es la única seguridad de los dos: su vida… nuestra vida, dicen. Frente a la incertidumbre (no sé hasta cuándo vuelvan mis brazos a estrecharte), la seguridad del abrazo… y del ruego. La súplica por el deseo que se cumple cada momento como ése donde, como Javier supo expresarlo, se conjuntan la melancolía (por la separación) y la alegría (por los brazos que estrechan y los labios que besan). Un momento donde lo único que resta decir es eso, precisamente: gocemos nuestra vida… y el mundo que se acabe. ¡Qué va!

Por aquí nos vemos y leemos.

NB. Gracias mil, Raúl, por siempre tu valiosa ayuda.

Javier Solís: Un estilo de vida I

marzo 13, 2006 § Deja un comentario

Pues bien, intentaré ir poco a poco definiendo el estilo de vida de un solismaniaco. Es decir, que a estas alturas del partido, es seguro que el gusto por Javier Solís y su música deja huella no solo en la preferencia musical sino también en el estilo de vida del seguidor. O sea, en otros términos, es como aquel que gusta de Sinatra o Elvis: su forma de vida está ya marcada por ese gusto musical y es casi seguro que porta el sombrero a la Sinatra, usa lentes como Elvis o se mueve al bailar como él, por ejemplo. Creo que sí. Y claro, hablo de los fanáticos, que, ciertamente, los habrá de distintos niveles, desde aquellos que únicamente siguen al artista en su faceta como tal y otros que lo siguen, literalmente, hasta el baño.

Así las cosas, mi intento es ir descifrando, a la luz de mi experiencia, cómo puede llegar a ser un solismaniaco (o javierista). ¿Es en serio?, preguntarán, pues sí, sí que lo es (a no ser que sea producto de la gripa que me agarró sin piedad este fin de semana), y espero valga la pena el intento.

¿Cómo es, pues, la vida de un fan de Javier Solís? Ustedes, selectos lectores, me podrán ayudar, cómo no, seguramente tendrán sus muy particulares puntos de vista. Bienvenidos sean los comentarios. Empezamos.

La bohemia

No todo bohemio es solismaniaco, pero, eso sí, todo solismaniaco es un bohemio. Un bohemio particular, les cuento, pues su campo de acción incluye no solo, digamos, la trova, los tríos, el tango, los boleros, las baladas, sino también las rancheras. Espero me explique. El solismaniaco es algo así como todo en uno. Exacto, mucho lo es por esa herencia musical de Solís, que no se acotó a un género en particular. ¿Y el bolero ranchero? Pues eso, que un género musical que es bolero y ranchero es más bien uno que nos abre todo un mundo de posibilidades. Y así, pienso, fue como Solís pudo mostrar sobradamente sus dotes de artista. A nosotros, sus seguidores, nos permite valorar, sobradamente, todo ese mundo bohemio. Un mundo que es a media luz, exacto, entre sombras (¿así o más evidente el nexo con Solís?). Javier nos transporta a ese mundo de la bohemia y nos mece con su voz, nos cuenta historias y nos lleva de la mano para dejarnos flotando en esa atmósfera enrarecida de amores, pasiones, desamores, llanto, risa (¿de un payaso?), voces, aromas, luces y sombras. La bohemia según Solís.

¿Dónde estoy?

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