Tras 47 del 66

abril 19, 2013 § 1 comentario

Es en el final de su carrera cuando Javier Solís encuentra un particular norte volviendo al sur, al sur de los tangos. Él, quien buscó ser el “genial intérprete de tangos” con un Javier en ciernes, un Javier Luquín, se toparía con la luz de unas sombras; después vendrían “Y todavía te quiero”, “Pajarito cantor” y “En esta tarde gris”, todas con mariachi y la última también con orquesta, pero aquél 8 de febrero de 1965 fue de “Sombras… nada más”.

Como mandan los cánones, en plena tarde, sin madrugón y sin desvelo, Solís interpretó y grabó la letra de José María Contursi y música de Francisco Lomuto con los arreglos y dirección de Gustavo A. Santiago. La comparsa, según rezó la etiqueta del disco, corrió a cargo de los mariachis Jalisco de Pepe Villa y Los Mensajeros de J. Isabel Paredes. Desde la Argentina, pues, llegó la canción transgénero: un tango que pasó a ser bolero para llegar a lo ranchero… Para iluminar a Javier.

Salió a la luz con un —guiño lúdico— “Cuando calienta el sol” (de los hermanos Rigual); más tarde, en el aciago 1966, el disco de larga duración (LP) incluiría en el lado A: “Sombras”, “Cada vez (Ogni volta)”, “En mi viejo San Juan”, “Si Dios me quita la vida”, “He sabido que te amaba (Ha capito che ti amo)” y “Renunciación”; en el lado B: “Cuando calienta el sol”, “Retirada”, “Moliendo café”, “Qué va”, “Tu voz (Plus je t’entend’s)” y “Amanecí en tus brazos”. Así de macizo; no por nada en la contraportada se leyó lo siguiente:

Hechos, rostros y lugares que se esfuman en el pensamiento, formas difusas proyectadas en la pantalla del recuerdo; recuerdos desdibujados por el tiempo que se prenden insistentes en el corazón… Sombras nada más… Voz de cálidos matices e inflexiones mórbidas que se diluye en el espacio con sugerencias de pasados y vibraciones de actualidad; voz que traspasa los umbrales del alma, acompañando a las memorias pasadas y presentes; voz que ríe, que llora y que canta, para liberar a la expresión confinada en la lira del talento: voz que vibrando al unísono de la pasión que agita el alma del poeta, revela los más íntimos secretos del amor y la belleza.

Es la voz de Javier Solís, una de aquellas que tienen el timbre de la seducción y cuya expresividad recorre con facilidad toda la gama emocional del sentimiento. En este nuevo LP del gran artista, viene a corroborar sus éxitos anteriores, cantando como no lo había hecho hasta ahora, pues ha grabado estilos tan diferentes de canciones que es proeza admirable el hecho de dar a cada una de las melodías comprendidas aquí, su propia circunscripción destacando cada uno de los estados de ánimo que encierran.

He aquí el disco que esperaban los admiradores del artista sonorense [sic].

En la contraportada hay también una foto de Solís en plena sesión de trabajo. Sin adorno alguno, se le ve metido en su papel; parece estar en ese estudio de grabación, ése su playing field, ahí donde se (la) jugó, donde labró su garganta y la perfeccionó. Antes había ya dado campanazos varios: barnizó sin mácula creaciones de Lara, con y sin mariachi; “El loco” le brindó acaso su primer epónimo; esclavo y amo era ya del bolero ranchero y su entrega total llegaba hasta los valses con banda sinfónica. ¿Qué le faltaba? Sombras… nada más.

A partir de ese febrero de 1965, Solís subrayaría su calidad no solo con todavía una buena cantidad de grabaciones, sino también con sendos proyectos discográficos: Payaso, Y todavía te quiero, Javier Solís con orquesta y el Homenaje a Rafael Hernández y Pedro Flores. Se puede especular y decir que este LP de Sombras tardó un año en prepararse, pues la canción de Luis Demetrio, “Si Dios me quita la vida”, según la biografía de Solís, no se tuvo lista sino hasta la Navidad de 1965. El disco sin duda resultó ser algo más que grises sombras.

Dos años y meses antes de aquella grabación toral, en esa misma ciudad de México, nacía Aída Cuevas (24.09.1962); cuarenta y cinco años después de aquellas sombras javiersolistas, la cantante Aída Cuevas ganaría el Grammy Latino (11ª entrega) en la categoría “Mejor album de tango” con su disco De corazón a corazón… Mariachi Tango (Cuevas 2010), que incluyó, sí, “Sombras… nada más”.

La “reina de la ranchera” —como otrora el “rey del bolero ranchero”— toma un tango y lo cobija bajo el sombrero; devolviendo acaso el favor, en ese su premiado disco regresa las “Sombras” a su lugar de origen con apenas bienvenidos destellos de mariachi. Aída Cuevas —como otrora Javier Solís— se aventura en “nuevos” derroteros y sale premiada.

El tango “Sombras… nada más” le llegó a Solís con una letra distinta en su plena juventud: la original tiene algunas diferencias, Aída Cuevas lo canta manteniendo algunas. La principal, por supuesto, es el título: “Sombras”, a secas, terminan siendo con Javier (pues con Felipe Pirela aún tienen nombre y apellido). Aquí la letra “final” (con la versión original entre paréntesis):

Sombras… nada más (F. Lomuto y J.M. Contursi, 1943)
Quisiera abrir lentamente mis venas,
mi sangre toda verterla* a tus pies (vertirla)
para poderte demostrar
que más no puedo amar
y entonces morir después.
Y sin embargo tus ojos azules,
azul que tiene* el cielo y el mar (tienen)
viven cerrados para mí
sin ver que estoy aquí* (así)
perdido en mi soledad.
¡Sombras… nada más!
acariciando mis manos
¡Sombras… nada más!
en el temblor de mi voz
Pude ser feliz
y estoy en vida muriendo
y entre lágrimas viviendo
el pasaje* más horrendo(s) (los pasajes)
de este drama sin final
¡Sombras… nada más!
entre tu vida y mi vida
¡Sombras… nada más!
entre tu amor y mi amor* (entre mi amor y tu amor)
Qué breve fue tu presencia en mi hastío,
qué tibias fueron tus manos*, tu voz (tu mano y tu voz)
como luciérnaga llegó
tu luz y disipó
las sombras de mi rincón.
Y yo quedé como un duende, temblando
sin el azul de tus ojos de mar
que se han cerrado para mí
sin ver…

De principio a fin Solís mantiene el equilibrio y así, sobre la tendida cuerda, hace brillar su instrumento a fuerza de precisos movimientos. Sereno repasa los endecasílabos (à la italiana, ¿tango al fin?), reconcentrado borda el restante de las estrofas y remata el estribillo y sus octosílabos con una soltura cómplice del aire (y de una segunda con el mariachi), y Javier ahí y así, perdido en su soledad, se encuentra único e inalcanzable. El señor de sombras.

Aquí las “Sombras” de Solís:

Y aquí una versión en vivo donde no queda más que señalar el garbo del genial intérprete del tango Sombras… nada más:

[youtube http://youtu.be/r7hFz1qfFjM]

Hay un detalle, avezado lector, con el que podemos despedir esta nota y recordar, oh luto, este 47º aniversario luctuoso de Javier Solís: el nudo negro en la garganta del cantor. Se trata de una corbata charra ya en desuso, e incluso excepcional para la época de Javier, que a manera de jáquima y simulando un gargantón, Solís solía vestir. Además de ese video, la corbata se puede ver en los otros cuatro que hasta ahora hay disponibles de Javier cantando en vivo (editados todos en el DVD A 40 años… me recordarás)… Y también en una foto que en enero de este año Aída Cuevas mostrara a sus seguidores en Twitter, esta es:

corbata de JS

«Les comparto algo inesperado pero muy valioso para mí, la corbata charra de don Javier Solís. ¡Qué regalazo!», escribió Aída. Inesperado fue también aquel deceso del 19 de abril de 1966: «con el corazón no contaba», explicaría el médico Francisco Zubiria. Amar da drama, lo supo el corazón de Javier y lo contó. Lo cantó. Silos, seria soledad… es seda de los aires Solís.~

Pajarito cantor que llegaste hasta mí

abril 3, 2013 § 1 comentario

Si “¿Dónde estás, corazón?” nació como canción mexicana y se hizo cual tango, “Pajarito cantor” nació como tango y se hizo cual bolero ranchero… con Javier Solís (¿acaso como él mismo: de un tanguero Luquín a un ranchero Solís?). El compositor de ambas es Luis Martínez Serrano; Solís sólo grabó la segunda (y una más del compositor: “Si no estás conmigo”), con el acompañamiento del mariachi Los Mensajeros, para el disco Y todavía te quiero* (1966). Aquí hemos ya hablado de algunas canciones de ese disco: “Una limosna”, “Luz de luna”, “Espumas”, “Sigamos pecando” y “Las rejas no matan”; pendientes están, por ejemplo, el (tristemente) célebre “Amigo organillero”, la (tan) buscada “Gaviota” y ese otro (original) tango que da nombre al disco. Por ahora, este trino, este pajarito cantor.

Esta semana salió en los medios que en Venezuela un pajarito chiquitico se mete a una capilla, da tres vueltas, se para en una viga de madera, silba —bonito—, ve raro, silba un ratico más y se va dejando bendiciones y arengas… A saber qué clase de pajarito pudo imaginar (¿y sentir?) Solís en su interpretación. Con aquél chiquitico se sintió un espíritu revolucionario; con este cantor, la esperanza de la redención. Yo prefiero lo segundo —así visite entre grillos y rejas— a través de un penado Solís:

Pajarito cantor (Luis Martínez Serrano)
Solo estoy entre grillos y rejas,
condenado a morir en prisión,
y no brotan de mi alma las quejas
porque ahogadas quedan en mi corazón.

Fría está como mi alma la celda,
entra apenas un rayo de sol,
solo escucho que un ave muy cerca
al trinar alegra mi triste prisión.

Pajarito cantor que llegaste hasta mí,
mitigando mi acerbo dolor, no te alejes de aquí;
Pajarito cantor, si pudiera volar,
yo quisiera ayudarte a formar tu nidito de amor.

Mientras sufro la amarga condena,
que por ley la justicia dictó,
la avecilla mitiga mi pena
como un alma buena con trinos de amor.

Y en el fondo del alma se aviva
la esperanza de la redención
cuando el cuerpo cayendo sin vida
a mi alma permita volar al perdón.

Tango ranchero cabal. Después de que las trompetas y violines lo anuncien, Solís sale a escena en esa su triste prisión. Subraya contenido los decasílabos y en los estribillos libera la voz ranchera sin olvidarse, ¡qué va!, de sus tenues descensos. Una versión del tango se puede escuchar en Youtube con Emilio Tuero, ahí el “barítono de Argel” saca partido de su voz y logra sin problemas ecualizar el tango; lo cantor, por su parte, alza el vuelo más bien con la versión de Solís.

Si un pajarito viniera a darnos vueltas, ¿qué mejor que con Javier Solís?

Más de tangos y versiones en la siguiente entrega, ¡qué va!

*Edición mexicana, pues la argentina se edita (tras la muerte de Solís) con otro listado de canciones que no incluyen este Pajarito.

¿Me permite unas palabras?

enero 25, 2013 § 1 comentario

Seguramente fue mi primer disco compacto de Javier Solís: Mis 30 mejores canciones (Sony Music, 1998); un doble disco que además de contener a parte de la crema y nata del repertorio javiersolista, incluyó (y a la fecha sólo ahí) diez canciones inéditas. De estas destacan: «Todo y nada» del ínclito Vicente Garrido (la única que le grabara Javier); «Perdónala, Señor» del panameño Carlos Almarán (sí, el de «Historia de un amor»); «Caminos diferentes» de Alfredo «el güero» Gil; y «Señorita» de Ramón Inclán.

Bastantes son las canciones que apelan a alguna señorita, las hay desde cantineras hasta secretarias, pasando por presumidas y caras de pizza. Como la de Inclán, señorita a secas, hay en México, según la base de datos de la SACM, otras seis más; sin embargo, ninguna parece tener intérpretes más que la de Inclán. Así, además de Solís, «Señorita» ha sido interpretada por tríos y por el sonero del mundo, el venezolano Oscar D’León.

Dije ya que desde que la escuché la hice de mis favoritas. Si bien con ella no hay el fuego de una Lolita, «Señorita» tiene una entrañable sencillez. En cuatro pasos —que no en tres— hay también un viaje que termina con la lengua tocando los dientes. Solís, por su parte, retoca y lleva de la mano. «Señorita, ¿me permite unas palabras?».

José G. Moreno de Alba apunta sin yerro la pérdida del uso de esta fórmula de tratamiento en países como México. Todo indica que pasará a la historia: ya pocas se hacen llamar señoritas. En alemán, dicho sea, el término correspondiente hace ya tiempo que dejó de ser utilizado: a lo más se escucha de vez en vez para con alguna niña despierta y traviesa, das Fräulein. Pero más que soltería, parece ser que en esta canción de Inclán se sugiere sencilla y básicamente a una mujer desconocida. Solís lo subraya. Aunque uno pueda intuir que el cortejo es con una mujer soltera, ello pasa a segundo plano, lo importante es, simplemente, darse a conocer. Escribió Inclán:

Señorita, ¿me permite unas palabras?,
le prometo no abusar de su bondad;
su belleza como un sol me ha deslumbrado
y quisiera conocerla un poco más.
Solamente una vez la he mirado
y ya creo haberle dado el corazón;
señorita, tengo un presentimiento:
que ha nacido entre los dos un gran amor.

Helo ahí, Solís interpretará aludiendo cortésmente a la mujer… ¿joven? Es así como, según Moreno de Alba, es probable que perviva el término: como una mera alusión. La soltería, pues, se despide de este asociado término y, opinan algunos, con ello (parte de) la discriminación hacia la mujer.

¿Qué hubiera sido de nuestra «Señorita» en estos días que corren? ¿Algún señalamiento por un discriminador uso del lenguaje? ¿Violencia de género (sic)? Qué va, ¿qué mejor que este género, el bolero ranchero, para tales menesteres de sexo… y del amor? Solís lo supo. Inclán también. Esta pieza, así de cortés, resulta cándida pero no ingenua, acaso inocente.

Hay un par de canciones javiersolistas como esta que recurren al diminutivo: «Bonita» y «Muchacha bonita». Escucho así también a la señorita: como un cabal diminutivo. México es tierra donde proliferan los -itos e -itas, ¿por qué no habría de continuar el uso afectivo de señorita para toda mujer que se sepa (recurriendo a la primera acepción del DRAE) dueña de sí?

Nabokov en sus brazos siempre tenía a Lolita, ni Dolores ni Lola; luego, ni seño o señora, cojamos a esta señorita. Una mujer cuya belleza deslumbre bien vale este (h)ito. No pocas se logran llamar señoritas y no pocos logran llamarlas por su nombre. Como todo, no cualquiera hace de los diminutivos lo más.

Y así, todo esto para decir, repetir, que esta canción me fascina y ha fascinado: aún recuerdo un par de ojazos que eran puro oído con mi Solís. Vitalidad podrá perder un señorita a secas, pero con esta otra tengo un presentimiento…

Damas y caballeros del jurado, oigan este nada espinoso enredo, ¡qué va!

Play it, Solís, play!

julio 15, 2011 § 2 comentarios

Seguramente en lugar de bailar, Ilsa y Rick habrían estado como Emilio y Patricia: sentados en la barra del bar de algún cabaret citadino escuchando a Javier Solís con orquesta. Apagadas las luces, él con cigarrillo en mano y ella haciéndole compañía con una copa, Solís se acercaría a la pareja para subrayar alguna de las notas de Alberto Domínguez… y quizá Guillermo Cabrera Infante hubiera escrito algo más de su bolero preferido: «Perfidia».

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El cubano nos recuerda tal joya mexicana —«tropicalizada» cada vez más en sus variadas interpretaciones— en unas líneas de su Holy Smoke (1985). Ahí deja clara su predilección por «Perfidia», frente a la mítica «As time goes by» (Hupfield, 1931), y también, al fin nuestro Infante (pun intended), por la versión en español del oriundo de la Pérfida Albión, Sir Cliff Richard y su porfiria. Además de Casablanca (1942) la canción se escucha —nos cuenta Cabrera Infante— en Now, voyager (1942), The Conspirators (1944) y The mask of Dimitrios (1944); en ninguna tiene lugar privilegiado, pero ni falta que hace: «Perfidia» no puede pasar inadvertida y, así sean segundos en pantalla, de inmediato se reconoce su cuerpo —de mujer, claro— y se tararea o, mejor aún, como atinadamente se dice en inglés, hum (the song).

Pero Javier es Solís. Dos veces interpretó la canción (en película y en disco) y bien pudo ser la versión favorita de nuestro aludido escritor (quien, dicho por él mismo, de las canciones cubanas su favorita era esta mexicana). O quién sabe, pues Javier no optó por el tempo que suele procurarse en «Perfidia» (sobre todo cuando es instrumental), al contrario, fiel a su estilo, personificó e interpretó al amante incomprendido. Como otrora, i.e., poco más de 150 años antes, en la letra del aria para «Ah! Perfido» (1796) de Beethoven, Solís también primero arremete para después añorar todavía más a su amor . (Por supuesto, no me sorprendería que Domínguez se hubiera inspirado, por qué no, en el pérfido para su pérfida.)

La letra ha tenido, además de aquella enfermedad de Sir Richard, sus modificaciones (incluso en el par que Javier graba). No logro dar con la «original», así que tomo como base una grabación de Emilio Tuero (no el Emilio de arriba, claro) que dice así:

PERFIDIA (Alberto Domínguez, 1939)
Nadie comprende lo que sufro yo,
canto, pues ya no puedo sollozar;
solo temblando de ansiedad estoy,
todos me miran y se van…
Mujer, si puedes tú con Dios hablar,
pregúntale si yo alguna vez
te he dejado de adorar,
y al mar, espejo de mi corazón,
las veces que me ha visto llorar
la perfidia de tu amor.
Te he buscado dondequiera que yo voy
y no te puedo hallar,
qué me importan otros besos
si tus labios no me quieren ya besar,
y tú quién sabe por dónde andarás,
quién sabe qué aventura tendrás
que lejos estás de mí.

Solís prescinde de una conjunción y hace un par de bienvenidos ajustes. En la película Un callejón sin salida (Rafael Baledon, 1964) —de la que podemos prescindir hablar en detalle, con todo y Emilio Fernández (Emilio, claro), Sonia «la chamaca de oro» López (Sonia, claro), una guapa Evangelina Elizondo (Patricia) y un jovencísimo Manolo Muñoz cantando en español (versión de Rafael Hernández) el «Oh, Pretty Woman» (de Roy Orbison)— Javier hace esto:

Escuchamos que evita el hiato de «y al mar» y, lo mejor, cuestiona más bien los otros labios si la boca —de ella, se entiende— no lo quiere ya besar (cf. besos-labios-besar). En Nueva York, y de esto uno sí que no puede prescindir, Javier graba con los mismos arreglos (de Chuck Anderson) una versión de antología con solo una diferencia de la ofrecida en la película (donde, por cierto, es Rubén Fuentes el asesor musical): dice tanto en lugar de canto, que no está mal: después de todo la perfidia motiva así de tanto. Lo mejor, decía, es esta versión de «Perfidia»: muy cuidada, muy querida, que no queda sino escucharla ahora mismo…

… y volver a Cabrera Infante después de esta cortina de humo, pues la verdad es que yo sólo quería mostrar este trío de estampas (del Archivo Editorial Clío), y escuchar, naturalmente, a Solís. Puro Javier.

(cc) Ed. Clio

Es Solís y, reza el pie de foto (de la publicación El Señor de Sombras, Coria, Clío 1995), sus gustos sencillos: cenar un bizcocho con café y puro de sobremesa. Qué va, Cabrera Infante también hubiera escrito algo.

NB. El repertorio javiesolista incluye dos canciones más de Alberto Domínguez: «Eternamente» (en Enamorado de ti, 1961) y «Tormento» (en Un año más sin ti, 1964).

Ya no tienen juicio

junio 28, 2011 § 2 comentarios

San Miguel Canoa despierta aquella mañana del 14 de septiembre de 1968 y lo hace con Javier Solís en los altavoces del pueblo. Primero con una dedicatoria muy personal y después con una más bien pública. Santiago Arce —pagando 25 centavos— dedica con todo cariño a la señorita Josefina Luna la pieza «El pecador» (Alejandro F. Roth y Mario Molina Fuentes), mientras el cura del pueblo explica a su ama de llaves cómo ellos, los ateos, irán a buscarle y quedarse con el pueblo. Luego, Solís vuelve a sonar con «Las rejas no matan» (Tomás Méndez) para Pablo Arce, para que se acuerde pues nomás anda dando vuelta y no les paga lo que le toca, y he ahí a Nicolás Sánchez tirado de tanto neutle y encuerado y a la espera de la esposa con costal y carretilla para cogerlo, y un grupo de parroquianos charlando de religión, mentadas, medicinas y preparativos de ese su día.

Es Canoa (Cazals, 1975) y son escenas donde, lo dicho, Javier canta y acaso hace segunda a las voces de los personajes. El cura, un magistral Enrique Lucero, subraya su espontáneo sermón mientras, en el fondo y al unísono, Solís cierra su plegaria. La segunda escena (seguida de esta primera) es a su vez la segunda parte de esa cotidianidad: «si hasta en mi propia cara coqueteabas, mi vida,… y yo preso por ti,… ¿qué rumbo tomaste, mi vida, qué puerta a tu paso se abrió?», «¿la religión?, qué te la van a quitar, ¿de ‘ónde?, esa no te la quitan, ¿pero pues tus centavos?». Al final, es el testigo de los hechos, primerísimo actor Salvador Sánchez, quien nos enfrenta: «el pueblo trae susto ya de anterior… de veras feo».

Película polémica, sin duda, pero sobre todo buena, muy buena (de las 100 mejores, dicen los que saben, del cine mexicano), y Solís toma parte de ella. Aquí, me parece, es el oyente atento quien reparará en el detalle de la selección: no es gratuito. Apenas a dos años de la muerte de Javier, es seguro que Solís sigue en los sonidos diarios de la época, incluso, ya se ve, en esa vida rural de entonces… mas no estoy cierto en que sea precisamente con canciones como esas, es decir, un pecador que tuvo que esperar a Alberto Vázquez para «pegar» (precisamente en aquellos finales de los sesenta donde, además, y a inicios de la década, la graban a dueto [1963] Marco Antonio Muñiz y Miguel Aceves Mejía), y unas rejas que competían con aquellos otros últimos hits de Solís en vida (e.g., Sombras, Payaso, Renunciación). Quedan dos opciones (en una) que explican mejor el porqué de este par de joyas: la mano del director Cazals y el hecho de que, ojo, ambas forman parte de aquél disco de antología Rancheras con Javier Solís (CBS, 1966). Un vecino de Canoa es el encargado de la programación musical del pueblo y nada más natural que un disco de Solís a la mano… así como un par de selectos temas para tan aciago día.

Dejo aquí los dos temas en cuestión,

y el link a la película (para verla en línea).

Que se oiga Javier, que a veces no queda sino sólo eso.

NB. Es gracias a Daniel del JavierSolisClubYahoo que vuelvo a estos temas (i.e., Javier en películas), y es también por su sugerencia que van estas líneas. Sea pues, lectores, que vengan las voces,  ¡qué va!

Aunque sea malas nuevas

febrero 17, 2010 § 1 comentario

Un bolero con mucha carne en su interior. Guillermo Castillo Bustamante lo parió entre rejas y sólo acercándose a su historia y la de su patria Venezuela, puede uno comprender la verdadera intimidad de “Escríbeme”. Aparte están las primeras interpretaciones por su paisano Alfredo Sadel y el chileno Lucho Gatica, donde aquél sigue ostentando la mejor versión, sin duda al haber tenido, literalmente, de primera mano la referencia con el compositor (amén por supuesto de su excelsa e inolvidable voz).

Solís quiso también imprimir su sello. Escribir con su cuerdas y cantar así en memoria del doloroso e injusto peregrinar de encierros de Castillo Bustamante. Acompañado del mariachi Perla de Occidente graba entonces su versión, una que aun con borrones obtiene la esperada y agradecida belleza que sólo Javier sabía dar.

Digo con borrones porque “Escríbeme” en la voz de Solís tiene una desafortunada imperfección. Escuchando la versión editada tanto en el disco Canta Javier (1958) como en el cedé de Las Inéditas de Javier Solís (2005), reparo en que Javier, ya en el cierre de la canción, entra a destiempo. Así tal cual, pasados los 3 minutos y a punto del desenlace, después de «su lectura me conmueve» escuchamos un muy indeciso «aunque sea». Un lapsus que a saber si en alguna otra grabación se evitó. Aquí la canción:

Es decir, que si fue esta la única grabación disponible, ya hay entonces material —segundos, apenas— para aquellos que quieran denostar a Solís. Yo me inclino a pensar que el trasfondo es muy básico: por un descuido de los productores se seleccionó esta versión. Dicho ello no como excusa sino como sencilla explicación a algo que suele ocurrir en los estudios de grabación. Solís, se sabe, fue de los cantantes que necesitaba de pocos ensayos para ultimar versiones y rápidamente daba con el cometido de la letra y música. En el caso que nos ocupa nos quedamos seguramente con, eso, un ensayo —intento— de lo que hubiera sido una muy redonda y cabal versión de tan sentido bolero.

Pero un intento, colegas, ya deseado por aquellos que quieran (o hayan querido) echarse al hombro este pedazo de canción. Pues si con sus “Tres Lindas Cubanas” el venezolano dio rienda suelta a su alegría (en particular) en las notas para el piano, “Escríbeme” exige hacerse de tristeza, sufrimiento y melancolía y, una vez con todo ello, dar salida de principio a fin a notas nada fáciles para la voz—ésta se lleva todo el bolero en sí, dejando a la música como mero acompañamiento. Castillo Bustamante lo dejó todo al texto. Ése que más que escribir ansiaba leer.

Así, al canto se le encarga la súplica, algo que Javier sabía —mejor que nadie— conceder. Lograr pues que “Escríbeme” tuviera su merecido bolero ranchero estuvo a punto de consolidarse con Javier. Insisto, el error está ahí y, lo dicho, ojalá existiera alguna otra versión sin tal detalle. Con Aída Cuevas se tiene, hay que decirlo, una muy respetable interpretación a la altura de lo mejor del bolero ranchero; pero con Solís ese borrón nos cuesta y nos puede.

Con todo, como lo expresara acaso el propio don Guillermo (y que sirva esta nota toda como humilde reconocimiento), aunque sea así se seguirá escuchando sin reparo a Javier. Aunque sea malas nuevas, Solís seguirá cantándonos la buena nueva. Nuestra mejor.

Por aquí nos vemos y leemos, ¡qué va!

Esta tristeza mía

febrero 5, 2010 § Deja un comentario

Y de todos. Digámoslo de una sola vez: Javier Solís: Sus Grandes Éxitos con Banda (2008) es un trabajo mediocre. Producido por Pedro Rivera (padre de Lupillo Rivera y Jenni Rivera) y con la complicidad de la Banda Libertad, en este cedé la voz de Javier Solís es arteramente utilizada y se nos ofrece en una mezcla rupestre e injusta incluso con el auténtico sonido de la tambora.

No había querido escribir esta debida nota, un poco por tiempo (ya disculparán, caros lectores, la ausencia) y un mucho por lo que me exigía: escuchar completa y atentamente este particular disco. Fácil no es, pues más de una vez se tiene que parar la tarea de escuchar canción tras canción de esta obra sinvergüenza. No hay en ella un momento de descanso, voz y música no se alcanzan y su comunión es sencillamente inexistente.

Ni siquiera el argumento de «reto tecnológico» disculpa la falta de seriedad y, sobre todo, noción musical de cada una de las diez canciones que integran este engrudo. La voz de Javier se pierde entre el sonido de la tambora, pues ésta en lugar de acompañarla pareciera que quiere competir con ella. Los metales, en particular, se encargan de desperdiciar la oportunidad que se tenía de hacer que Solís volviera a tener la grata compañía de la tambora, esta vez no para valsear (cf. Javier Solís Con Banda, 1959) sino para seguirla dotando de fuerza como en su momento lo hicieran José Alfredo, Infante, Pérez Meza y por supuesto el mandamás Antonio Aguilar, al interpretar rancheras y boleros rancheros con un acompañamiento de tal carisma como el que ofrece una regia tambora. Así las cosas, no se quiso y no se pudo.

Hace casi un año, en la nota del 28/02/09, preví un balance apenas positivo. Me equivoqué. Aquella pequeña muestra que tenía (ie, un popurrí de las diez canciones) no dejaba ver la envergadura de la pifia. De las diez canciones no se hace una sola en que se pueda decir que sí, que vale la pena (nunca mejor dicho) tener este disco entre nosotros. Si algún crítico musical quisiera contar con ejemplos de desaliño, éste producto es uno muy bueno. Lo que pintaba como un proyecto temerario pero valioso, terminó siendo un amasijo de otrora éxitos.

Dicho lo anterior, si he de quedarme —acaso para el anecdotario— con una canción de este producto comercial (que no musical), y que no subo por respeto al lector, sea pues: «Esta tristeza mía», último track y resumen cabal de las nueve canciones que le anteceden. Es decir: ya ni llorar es bueno.

Por aquí nos vemos y leemos. ¡Qué va!

Los ecos europeos de Solís

septiembre 4, 2009 § 5 comentarios

En los últimos años de carrera de Javier se incluyeron los llamados covers de, sobre todo, versiones originales en italiano. Anteriormente mencionamos el “Dio, como ti amo (1966) de Domenico Modugno en voz de la siempre bella Gigliola Cinquetti (quien con su interpretación ganó el Festival de San Remo de 1966). Pues bien, además de esta canción hay un par más que podríamos llamarlas conexiones de Javier con la canción popular europea. Ecos europeos javieristas, si se quiere.

Esto es, que las versiones de Javier de “Dio, como ti amo” y “Al di la” (de Luciano Tajoli), tuvieron origen en aquello que desde 1956 busca ser (o lo es de hecho para algunos) la referencia primera y mejor de la canción popular europea: Festival de la Canción de Eurovisión. Así, en 1961 Betty Curtis interpreta el “Al di la” de Tajoli (y se queda con un 5° lugar de la tabla), y en 1966 el propio Modugno interpreta su canción (quedando, sea dicho, en último lugar de la tabla; por cierto, en ese año también está en la competencia un jovencísimo Raphael cantando “Yo soy aquél”, y quedando en séptimo lugar).

Javier se da a la tarea, pues, de reinterpretar ese par de participaciones italianas del mentado cancionero europeo. Nos regala así: “Más allá” y “Dios, cómo te amo”. La primera se incluye en el LP Boleros, boleros, boleros (1963) y la segunda en acaso su último LP grabado, Con Orquesta (1966). Y sí, “Más allá” es una canción con acompañamiento de mariachi y “Dios…”, tal cual, con orquesta. Ambas canciones guardan la sana distancia con sus originales. Es decir, al escucharlas y conocer la existencia de las otras se sabe enseguida que hay un paralelismo, sin embargo, y aquí la valía de Javier, hay de por medio una lectura distinta —mejor— de cada una de las respectivas letras.

Valiéndose únicamente de su voz (pues el acompañamiento musical es siempre constante, por no decir monótono), Solís va imprimiendo poco a poco, y de manera justa y serena, esa celebración que ambas canciones buscan ser. No hay gritos ni entonaciones forzadas (o divorciadas de la letra y su intención); Javier siempre sigue el discurso de la canción y lo puntualiza y contiene de manera óptima. No se desborda: va arruyando cada pasaje. Es más, tómese como ejemplo esa parte final donde en lugar de recurrir al lugar común de cantar «más allá de la muerte/ estás tú, más allá, más allá del final», y hacer una típica y esperada elevación del tono y/o volumen, mejor cierra y se va acompañando al coro final. Así sin más, sencillamente elegante. Y lo mismo con “Dios…”, una letanía que en todo momento va dotada del acento y énfasis perfectos. Su parte final también es una muestra de la maestría de Javier para entender las canciones, sumada por supuesto al arte de cantarlas. Todo Solís.

Queda así esta revisión de la relación entre Javier Solís y Eurovisión. Sin duda alguna, Javier pudo y supo estar, a su manera, en la escena mundial musical. Como pocos. ¡Qué va!

Por aquí nos vemos y leemos.

Solís Mariano

abril 10, 2009 § 1 comentario

Estos días no giran precisamente en torno a la figura femenina más importante de los católicos, sin embargo, María tiene por supuesto un papel importante. Estas líneas tampoco son en torno a algún tema litúrgico, pero sí, digamos, “paganamente mariano”. Solís grabó dos temas intitulados “María” (¿deuda se le podría considerar una “María Bonita”?… como fuere, ahí está su bellísima “María Elena” de Ernesto Cortázar, incluída en su grabación En Nueva York [1960]): “María (un beso te robé)” de Miguel Ortiz y, la que nos ocupará ahora, “María” de Stephen Sondheim y Leonard Bernstein, con letra en español de Mario Molina Montes. Ésta última es, tal cual, una muestra más de lo adelantado que Javier estaba de su tiempo.

Esto es, que antes que José Carreras (en 1984, i.e., con plenos 38 años) hiciera de “María” un tema algo más que la «canción del musical» (original de 1956) y la cubriera del arte de su voz —dotándola así del aura que hoy día, ha de reconocerse, el tema tiene gracias a él—, Javier Solís grabó (acaso en su último par de años de vida, 1965-1966, i.e., en sus 34) esta canción en una versión que apunta ya a aquella operística (como así se le conoce por muchos) de Carreras, concebida por el propio Bernstein. Aquí, por cierto, parte del documental de la grabación de tal versión y las peripecias de ambas leyendas.

Entonces, casi 20 años antes de que Bernstein tomara la opción de hacer de la voz de Carreras un medio ideal y preciso para tener el tritono concebido para esta particular canción y volverla cual aria o lieder, Mario Molina Montes le pone letra en español y Solís se encarga así de —además de tener la primera versión en castellano— dejar el precedente de, lo dicho, esa bellísima versión operística. Esto es, que ni siquiera gente como Johnny Mathis o Larry Kert lograron entender de tal manera la canción y sus grabaciones se quedaron en el campo de los tradicionales musicales. Aquí pues la versión de Javier:

Así las cosas, aplausos también al mencionado Molina Montes, pues gracias a él tenemos una versión es español que le hace justicia a la original: no es una simple traducción, es una cabal adaptación. Javier la entiende, y así junto con la música (a cargo del mariachi) deja ésa preciosa grabación que es ya para todos los tiempos y que, si me dejan acotar, recuerda en mucho a los himnos marianos. Sea pues: Solís mariano.

Por aquí nos vemos y leemos, ¡qué va!

Dos en Uno

marzo 9, 2009 § Deja un comentario

Me aprovecharé del día para pasar nota de este par: intérprete y popurrí.

[youtube http://youtu.be/lS3xsJzT6WM]

Me aprovecho de este par para celebrar este Día Internacional de la Mujer. Aquella que entre tantas emociones, algunas nos involucran muchos Llorarás, llorarás, un sugerente Esclavo y Amo, la debida Entrega total, festivos Qué va y acaso no pocas Sombras.

Me aprovecho pues del Día y del video para seguir hablando de Solís a través de Víctor Yturbe «El Pirulí» (1936-1987). Uno más que dio cuenta del legado de Javier. Uno de pocos que lo hizo muy a su manera y muy a la altura de las circunstancias. Es decir, un bohemio hecho y derecho. Un cantante que ayudó a seguir ensanchando el bolero tomando en cuenta —respetando— lo hecho por otros. Un enamorado. Helo ahí en su fatídico 1987, a 20 años sin la presencia de Solís, haciendo sonar a su otrora contemporáneo (se llevaban sólo cinco años de edad) de una manera fresca y genuina. Escúchenlo en estudio y en vivo. Garantía en ambos.

«¡Quiero!», apuntaba en sus lúdicas interpretaciones en vivo; «¡Qué va!», cerraba cuando a Solís cantaba, dejando claro para quién también iba ese merecido aplauso final. Honor a quienes honor merecen.

Por aquí nos vemos y leemos. ¡Qué va!

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